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Trust - La Confianza - FRANCIS FUKUYAMA (Resumen)


Antes, en este siglo, profundas divisiones ideológicas separaban a las sociedades y
competían por la supremacía política: La monarquía, el fascismo, la democracia liberal,el comunismo y distintos países adoptaban trayectorias económicas difrentes: el proteccionismo, el corporativismo, la economía de mercado y la planificación centralizada del socialismo. 

Tambien varios hechos historicos comprueban y han puesto en duda la capacidad de los Gobiernos para administrar a gran escala y con eficacia  sectores importantes de la economía.
Hoy todos los paises adoptaton  la democracia liberal y, al mismo tiempo, se han orientado hacia la economía de mercado y la integración en la división global del trabajo de carácter capitalista.
la vitalidad de las instituciones políticas y económicas liberales depende de un sociedad civil sana y dinámica.

La «sociedad civil» — un complejo revoltijo de instituciones intermedias que incluye empresas, asociaciones de voluntarios, instituciones educativas, clubes, sindicatos, medios de comunicación de masas, organizaciones caritativas e Iglesias— se fundamenta, a su vez, en la familia, instrumento principal mediante el cual la gente se integra en su cultura y adquiere las habilidades que le permitirán convivir en una sociedad más amplia; la familia es igualmente el medio por el que, de generación en generación, se transmiten los valores y los conocimientos de esa sociedad más amplia.

No se puede legislar la existencia de una estructura familiar fuerte y estable ni la de instituciones sociales duraderas, como si de un banco central o un ejército se tratase. Una sociedad civil próspera depende de los hábitos, las costumbres y la ética de un pueblo, atributos que han de nutrir una creciente conciencia y un mayor respeto por la cultura, y que sólo puede infundir indirectamente una acción política consciente.
Más allá de las fronteras nacionales, esta trascendencia que se da a la cultura se extiende a la economía mundial y al orden internacional. 

Pero los pueblos del mundo son todavía más conscientes de las diferencias culturales que los separan. Por ejemplo, los estadounidenses han sido más conscientes de que la democracia y el capitalismo de Japón se practican según unas normas culturales distintas de las estadounidenses. En ciertas épocas estas diferencias han acarreado una fricción considerable, como sucede con los miembros de una red empresarial japonesa —conocida como keiretsu—, que comercian entre sí y no con una compañía extranjera que podría ofrecer mejores precios o más calidad. Por su parte, a muchos asiáticos les preocupan ciertos aspectos de la cultura estadounidense, como su tendencia a los litigios o su insistencia acerca de los derechos individuales a expensas del bien común

Cuando la gente trabaja en organizaciones para satisfacer sus necesidades individuales, el entorno laboral también saca a la gente de su vida privada y la conecta a un mundo social más amplio. Esa conexión no supone únicamente un medio para garantizarse un sueldo, sino que en sí mismo es también un fin importante. Porque, aunque la gente sea egoísta, una parte de la personalidad humana anhela pertenecer a una comunidad más amplia: los seres humanos experimentan una sensación aguda de malestar  cuando carecen de normas y reglamentos que los vinculen a otros, malestar que el lugar de trabajo moderno atenúa y supera. La satisfacción que sentimos al estar vinculados a otros en el lugar de trabajo proviene del deseo fundamental del ser humano de ser reconocido. (es decir, que lo valoren por lo que vale).

En momentos de crisis vsrias compañias y  actores económicos se apoyaron mutuamente porque creían que formaban una comunidad basada en la confianza mutua. En cada uno de esos casos, no se había basado en una serie de normas y reglamentaciones explícitas, sino en hábitos éticos, obligaciones morales recíprocas que cada miembro de la comunidad había hecho suyas. Estas reglas o costumbres permitieron que los miembros de la comunidad confiaran los unos en los otros. La decisión de apoyar a la comunidad no se limitaba a intereses económicos propios.

Como veremos, en todas las sociedades económicas que alcanzan el éxito sus comunidades están unidas por la confianza, y por otro lado examinemos situaciones en las que la falta de confianza ha acarreado un deficiente rendimiento económico y las repercusiones sociales consiguientes.

La tendencia a no formar comunidades impide que la gente explote las oportunidades económicas disponibles. El problema radica en un déficit de lo que es denominado «capital social», es decir, la capacidad de las personas para agruparse y organizarse con propósitos comunes. El concepto de capital humano, ampliamente usado y aceptado por los economistas, parte de la premisa de que actualmente el capital no radica tanto en las tierras, en las factorías, en las herramientas y en las máquinas como, cada vez más, en los conocimientos y las habilidades de los seres humanos. Además de las habilidades y los conocimientos, una característica importante del capital social tiene que ver con la capacidad que tiene la gente de asociarse, aspecto vital no sólo para la vida económica sino también para casi todos los demás aspectos de la existencia social. La capacidad de asociarse depende, a su vez, del grado en que las comunidades comparten normas y valores y son capaces de subordinar los intereses personales a los del grupo. De estos valores compartidos deriva la confianza y ésta, como veremos, posee un enorme y mensurable valor económico.

En cuanto a la capacidad para formar comunidades espontáneas como las arriba mencionadas, Estados Unidos ha tenido más en común con Japón y Alemania que cualquiera de estos tres países con las sociedades chinas, como Hong Kong y Taiwan, por un lado, e Italia y Francia, por el otro. Las de Estados Unidos, como las de Japón y Alemania, han sido tradicionalmente sociedades con altos niveles de confianza y orientadas hacia el grupo, pese al hecho de que los estadounidenses se creen fuertemente individualistas.

Dos importantes puentes hacia la sociabilidad: el de la familia y el de las comunidades que no se basan en el parentesco.
Cuatro sociedades «familiaristas»: las de China, Francia, Italia y Corea del Sur. En todas, la familia constituye la unidad básica de la organización económica; cada una de ellas ha experimentado dificultades en la creación de grandes organizaciones que vayan más allá de la familia y, por consiguiente, el Estado ha tenido que intervenir a fin de promover empresas duraderas y competitivas.

Por otro lado Japón y Alemania, dos sociedades con un alto nivel de confianza, que, a diferencia de las sociedades «familiaristas», han creado con mayor facilidad grandes empresas no basadas en el parentesco. Estas sociedades no sólo fueron las primeras en implantar la gestión profesional moderna, sino que han podido entablar relaciones más eficaces y satisfactorias en la zona productiva. El sistema de manufactura ajustada o flexible (lean manufacturing) inventado por Toyota Motor Corporation, será un ejemplo de las innovaciones organizativas posibles en una sociedad de alto nivel de confianza.

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Adam Smith lo entendió muy bien: la vida económica está profundamente arraigada en la vida social y no se la puede entender si se la separa de las costumbres, de las actitudes morales y los hábitos de la sociedad en que se desarrolla. En resumidas cuentas, la vida económica no puede divorciarse de la cultura.

Las familias solo confian en los miembros de su propia familia, lo que no permite construccion de empresa a gran escala por que estan limitados por la cantidad de miembros.

Es cuestionable el que los seres humanos actúen individualmente como maximizadores de utilidad, en vez de considerarse como parte de un grupo social. La gente se instala y se arraiga en diversos grupos sociales: familia, vecindario, redes, empresas, Iglesias y naciones, y tiene que sopesar los intereses del grupo frente a los propios. Las obligaciones que se tienen para con la familia no se deben únicamente a un simple cálculo entre coste y beneficio, aun cuando la familia administre su propio negocio. Lo que suele ocurrir es que las relaciones preexistentes en el seno de la familia moldean la naturaleza de la empresa. Los trabajadores no son nunca meras fichas en el organigrama de una empresa: desarrollan sentimientos de solidaridad, lealtad y antipatía que conforman la naturaleza de la actividad económica. En otras palabras: diferentes aspectos del comportamiento social, y por lo tanto moral, coexisten con el comportamiento egoísta de maximización de la utilidad. No son necesariamente los individuos racionales y egoístas los que alcanzan el mayor rendimiento económico, sino grupos de individuos que, gracias a la moralidad preexistente en la comunidad, han sido capaces de trabajar juntos y con eficacia.

En las sociedades «familiaristas», como las de China o de Italia, la intervención del Estado es a menudo el único medio que permite a una nación construir industrias a gran escala; esa intervención es, pues, relativamente importante si el país ha de participar en sectores de economía global que requieren esa gran escala. Por otra parte, sociedades con un elevado nivel de confianza y de capital social, como Japón y Alemania,pueden crear grandes empresas sin ayuda del Estado.

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La confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado, honrado y de cooperación, basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran. Estas normas pueden referirse a cuestiones de «valor» profundo como la naturaleza de Dios o la justicia, pero engloban también normas deon-tológicas como las profesionales y los códigos de comportamiento: confiamos en que un médico no nos hará daño adrede porque esperamos que se ciña al juramento hipocrático y a las normas de la profesión médica.
El capital social consiste en una capacidad fundamentada en el predominio de la confianza en una sociedad o en algunos de sus aspectos. Puede materializarse en el más pequeño y básico de los grupos sociales, o sea, la familia, pero también en el más amplio de los grupos, la nación, así como en todos los grupos intermedios. El capital social difiere de otras formas de capital humano en tanto que suelen crearlo y transmitirlo mecanismos sociales como la religión, la tradición o los hábitos históricos. Los economistas afirman habitualmente que la formación de grupos sociales puede explicarse como resultado de un contrato voluntario entre individuos que han aceptado racionalmente que la cooperación los beneficia a largo plazo. Con este argumento, no es necesario que exista confianza para que se produzca cooperación: el interés propio, acompañado de mecanismos legales como los contratos, compensa la ausencia de confianza y permite que unos extraños formen conjuntamente una organización que funcione a favor de un propósito común. Basándose en el interés propio pueden crearse grupos en cualquier momento y la aparición de grupos no depende de la cultura.

No obstante, a pesar de que el contrato y el interés personal constituyen importantes fuentes de asociación, las organizaciones más eficaces se basan en comunidades donde se comparten los valores éticos. Las relaciones en estas comunidades no requieren extensas reglamentaciones contractuales y legales porque el consenso moral previo ha proporcionado a los miembros del grupo la base para una confianza mutua.

la sociabilidad espontánea se refiere a esa amplia gama de comunidades intermedias, que no son ni la familia ni las creadas expresamente por los gobiernos.
Si las personas que trabajan juntas en una empresa confían las unas en las otras porque operan todas según un conjunto de normas éticas comunes, será menos costoso trabajar.
Por el contrario, las personas que no confían las unas en las otras sólo colaborarán cuando exista un sistema de normas y reglamentaciones formales, que habrán de negociarse, establecerse y aplicarse ocasionalmente a la fuerza. Este aparato legal que sustituye a la confianza conlleva lo que los economistas llaman «costes de operación». O sea que un alto nivel de desconfianza en una sociedad supone una especie de impuesto para todas las formas de actividad económica, un impuesto del que no están exentas las sociedades con un alto nivel de confianza.

El capital social no se distribuye de manera uniforme en las sociedades; algunas muestran una tendencia marcadamente mayor que otras hacia el asociacionismo y las preferencias de asociación difieren. En algunas, la familia y los parientes constituyen la forma primaria de asociación; en otras, las asociaciones voluntarias son más fuertes y apartan a la gente de su familia.

No cabe duda de que existen sociedades individualistas con escasa capacidad de asociación, en las cuales tanto las familias como las asociaciones voluntarias son débiles
un nivel más alto de sociabilidad se encuentran las sociedades familiaristas, en las que el camino primordial (y a menudo único) hacia la sociabilidad reside en la familia y, en sentido más amplio, en otro tipo de parentesco, como los clanes o las tribus. Las sociedades familiaristas suelen contar con asociaciones voluntarias débiles debido a que no tienen ninguna base para confiar los unos en los otros. Las sociedades chinas como Taiwan, Hong Kong y la República Democrática China son ejemplos de esto; la esencia del confucianismo chino eleva los lazos familiares por encima de todas las demás fidelidades sociales. También Francia y parte de Italia comparten esta característica. Si bien el «familiarismo» no es tan acentuado en estas dos sociedades como en China, escasea la confianza entre personas que carecen de un vínculo de parentesco y, por lo tanto, la comunidad voluntaria suele ser frágil.

Por ejemplo, ciertas sociedades pueden ahorrar mucho en los costes de transacción porque en sus interacciones los agentes económicos confían los unos en los otros y, por tanto, pueden ser más eficientes que los de las sociedades con bajo nivel de confianza, que precisan contratos detallados y mecanismos jurídicos para su aplicación. Esta confianza no obedece a una elección racional, sino a fuentes que no tienen nada que ver con la modernidad, como la religión o los hábitos éticos. Es decir que las formas de modernidad que más éxito han tenido no son del todo modernas. En otras palabras, no se basan en la proliferación universal de principios económicos y políticos liberales.

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